Durante gran parte de mi vida he sentido el conflicto como algo negativo y cuando discutía, lo vivía con tensión y, en la mayoría de las ocasiones, con enfado.

Sin embargo, ahora lo entiendo como natural en todas las relaciones humanas, como algo que, bien gestionado, es sano, porque nos ayuda a crecer, ya que el desarrollo de habilidades, el entendimiento del otro y la aportación de ideas, en la mayoría de las ocasiones, surgen de los conflictos.

Ya no intento por todos los medios evitar las situaciones conflictivas sino que respiro profundamente, me hago vulnerable y las afronto. Intento buscar las causas del desencuentro, analizar lo más objetivamente que puedo la situación, tanto desde una perspectiva racional como emocional, procuro empatizar y comprender la postura del otro o los otros y, desde ahí, trato de aportar posibles soluciones. Por supuesto que no siempre consigo mantener la calma necesaria, pero si me enorgullezco de los avances que he conseguido desde que me propuse gestionar el conflicto con más conciencia.

Nos enfrentamos con otros porque nos cuesta llegar a acuerdos y esto nos genera incertidumbre, duda y enfado y no vemos la discusión como un punto de partida del que poder aprender y crecer o como una oportunidad para avanzar en la relación.

Y si en todos los ámbitos de la vida existen roces, diferencias y choques, la empresa, no es una excepción. Además de las provocadas por las diferencias en perspectivas, actitudes o estilos de comunicación, en el entorno organizacional, se suman aspectos como un exceso de carga de trabajo, la competitividad, las desigualdades, los distintos niveles de compromiso, la falta de liderazgo, etc.

Como en otros contextos, los conflictos en la empresa se superan con una buena comunicación, actitud abierta, predisposición a resolver el problema y evitando el juicio, las acusaciones y las actitudes defensivas.

Y muy importante: no tomarlo como algo personal. El departamento de marketing y financiero pueden tener objetivos distintos y eso hace que surjan conflictos que nada tienen que ver con las personas implicadas. Es frecuente que proyectemos nuestros miedos, frustraciones y diferencias en el rol (responsable de otro departamento, dirección, e incluso madre o padre) sin que tengamos nada en contra de esa persona, ya que, a menudo, el conflicto es más de roles que de personas.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta la máxima de que si el 10% de los conflictos se deben a una diferencia de opinión, el 90% de ellos ocurren por un tono de voz equivocado.

He de confesar que cuando empecé mi formación en coaching, no confiaba al cien por cien en la efectividad de sus resultados. No entendía muy bien el proceso y cómo alguien que no era experto en un área concreta, podría estar capacitado para ayudar a conseguir unos objetivos a otra persona o, en mi caso, empresa o directivo.

No obstante, me decidí a iniciarme en este mundo como parte de mi formación como directiva y supongo que también por curiosidad, por conocer más a fondo esta nueva tendencia de la que todo el mundo hablaba como algo eficaz para el desarrollo de personas.

Aunque la formación me fascinó, fueron las prácticas que tuve que hacer para la obtención del título lo me convenció de la efectividad de este método y cómo conduce a cambios significativos y duraderos.

En un proceso de coaching, el protagonista, el auténtico responsable del proceso es el cliente: él es el que se conoce, conoce sus recursos, su disposición y su compromiso. El coach se centra en a ayudar al cliente a pensar por sí mismo, a encontrar las respuestas a sus preguntas, a descubrir su potencial  y a actuar. Y aunque pueda parecerlo, te aseguro que eso no lo hace cualquiera.

El coaching ayuda principalmente a aquellos que necesitan clarificar lo que realmente desean, a aquellas personas que no están satisfechas con algún aspecto de su vida personal o profesional, empresas que no están obteniendo los resultados deseados o que, sabiendo lo que quieren, no saben cómo lograrlo.

Y todo ello, en torno a la mejor y más antigua de las herramientas para el conocimiento: la pregunta. Estas nos hacen pararnos a pensar, nos obligan a tomar conciencia, a reflexionar, a descubrir nuestro verdadero potencial.  Todas las respuestas  están dentro de cada uno y todo el potencial para llevar a cabo nuestros propósitos, también.

Porque no debemos olvidar que aunque entre las herramientas de un coach se encuentran algunas muy novedosas como la Programación Neurolingüística o la Neurociencia, el coaching tiene raíces muy antiguas ya que, podríamos decir, que Sócrates, Platón y Aristóteles han sido las grandes influencias del coaching.

Una vez situados y con los objetivos claros, el cliente establece un plan de acción.  En esta fase,  el coach estará muy cerca  para ayudar a superar las dificultades que suelen aparecer en la puesta en práctica, desarrollar la confianza en uno mismo y  para activar la voluntad, seguridad y perseverancia necesaria para conseguir el/los objetivo/s.

Porque el coaching es reflexión pero, sobre todo, el coaching es acción. La reflexión no sirve de nada si no se pone en práctica aquello de lo que el cliente ha tomado consciencia, ha asumido capacidad de actuación y se ha hecho responsable.

Y un punto importantísimo, la elección del coach: en un proceso tan personal como este, la elección de la persona que te va a acompañar es de vital importancia. En primer lugar,  es importante su formación y experiencia para lo que recomiendo que el cliente compruebe que el coach está certificado en alguna de las asociaciones de coaching que existen en España. Pero no debemos olvidar la importancia de que, desde el primer momento, esa persona te transmita confianza, energía, compromiso y detectes una vocación sincera por ayudarte a que seas el único protagonista de tus éxitos. Así mismo, el coach debe ser lo más honesto posible y no comprometerse en ningún proceso con el que realmente no se sienta implicado o capacitado al cien por cien.

 

Algunas veces tengo la sensación de que la única mirada que podemos tener para adaptarnos a este mundo que nos exige, que nos genera necesidades, que nos empuja a la tecnología desmedida, que no nos deja espacio para ser, es hacia el futuro.

Sin embargo, si miramos hacia atrás y repasamos desde la literatura de los preclásicos hasta hoy, comprobaremos que la esencia del ser humano no ha cambiado tanto. Las pasiones, deseos, frustraciones, ambiciones y miedos de hoy, siguen siendo muy parecidas a las de nuestros antepasados.

Por eso, con frecuencia, busco inspiración en el pasado que me ayude a tener una perspectiva más humana del futuro.

Y una de mis mayores fuentes es Shakespeare. Y es que la belleza y sabiduría que contienen sus obras, lo hacen merecedor de su fama mundial.

Pero además, las obras de Shakespeare proporcionan importantes pistas sobre la gestión moderna. Los dilemas de los reyes y príncipes antiguos ofrecen perspectiva sobre los desafíos que enfrentan los directivos en el siglo XXI. »Henry V » es un caso de estudio sobre liderazgo y cómo crear lealtad. » The Tempest » ofrece un modelo sobre cómo gestionar el cambio. »Julio César» brinda una lección sobre cómo construir un equipo.

Cuando Henry V hace su famoso discurso en vísperas de la batalla de Azincourt, enfrenta un dilema familiar para muchos dirigentes: cómo persuadir a los trabajadores y mandos intermedios desconfiados a entrar en la batalla contra competidores de primer nivel y poner sus vidas o, en el mundo de hoy, sus trabajos en juego.

Explorar los personajes creados por Shakespeare, puede ayudar a los directivos del siglo XXI a desempeñarse mejor, en parte, porque les da una nueva perspectiva de sus desafíos, lo que les ayuda a replantear su respuesta a lo que ocurre.

La otra razón, es que proporciona una narrativa que ayuda a comunicarse de manera más efectiva. Como observó otro dramaturgo, G. B. Shaw, «El problema de la comunicación es la ilusión de que se ha producido» y es que, la mayoría de las empresas generan un gran volumen de comunicación interna y externa sin saber si se ha recibido o entendido.

Todos compartimos el mismo modelo en forma de arquetipos que nos ayudan a entender y explica el mundo en el que vivimos y, explorando esos arquetipos en las obras de Shakespeare, los líderes corporativos pueden mejorar sus competencias básicas.

Además, las obras del Bardo se pueden usar para mejorar el rendimiento de los equipos y organizaciones. Prestigiosas Universidades como Harvard utilizan obras de Shakespeare para ayudar a sus alumnos de MBA´s en cuestiones como management, liderazgo, inteligencia emocional etc.

Así mismo, la Universidad de Málaga, ha abierto una línea de investigación sobre el estudio de las obras de Shakespeare y el teatro de su época para el asesoramiento y formación de ejecutivos.

Por puro placer y también para mejorar tus competencias personales y profesionales, te invito a leer alguna de las obras de Shakespeare, ya me contarás.

Está claro que cambiar no es fácil, si lo fuera, todo el mundo conseguiría su propósito, todos alcanzaríamos nuestras metas y viviríamos felices.  Pero una cosa es que no sea fácil y otra, que no podamos hacerlo.  Ten en cuenta que el principal obstáculo que tenemos para cambiar, somos nosotros mismos. Por eso, cuanto mejor nos conozcamos y sepamos las creencias y bloqueos que nos limitan, antes estaremos preparados para superar esas barreras que nos autoimponemos.

Estamos programados para aferrarnos a la seguridad, a lo conocido, a lo que hemos hecho siempre. Nos cuesta aceptar el cambio propio e incluso el cambio en otros. Quizá sea esa sensación de seguridad extrema que los padres nos esforzamos en proporcionar a los hijos, o quizá nuestro propio instinto de supervivencia, el caso es que nos resulta complicado modificar nuestros hábitos y comportamientos, es más, quizá ni siquiera nos lo planteamos.

Y esa resistencia al cambio se produce, entre otras cosas, porque cuando proyectamos el futuro, nuestro cerebro nos devuelve al pasado. Pero no a un pasado real, sino a uno que nos creamos en nuestra mente para dar consistencia a nuestra vida. Así, ese futuro que nosotros nos planteamos en la mayoría de las ocasiones, está basado en situaciones ya vividas, en nuestras experiencias pasadas, en nuestras creencias y nuestro aprendizaje anterior. Por tanto, con esa base, es difícil poder ver alternativas o soluciones diferentes a aquellas que conocemos, y lo que hacemos es repetir patrones pasados que nos mantienen en lo conocido, por eso nos resulta tan difícil cambiar.

Por desgracia, estamos tan acostumbrados a que nuestra forma de actuar habitual, nuestro pasado, condicione nuestro futuro que nos cuesta aceptar que las cosas puedan ser diferentes a lo que conocíamos y por ello, nos causa un tremendo sufrimiento quedarnos sin el trabajo que nos había proporcionado seguridad en los últimos años, que suframos alguna lesión que nos imposibilite o que perdamos un cliente… y esa no aceptación del cambio, nos deja, en muchos casos,  desconcertados, bloqueados, y sin capacidad de respuesta.

Pero realmente, y lo veo a diario, podemos aprender a aceptar el cambio, es más, podemos disfrutar con las nuevas situaciones que la vida nos propone pero, para ello, debemos incorporar una nueva disposición en nuestra forma de actuar y de percibir la vida. Entre las cosas que podemos hacer para ser más receptivos  al cambio, yo me quedo con:

Desaprender, reinventarse todos los días, hacer las cosas cotidianas de forma diferente, estar abierto a lo nuevo. Abrir la mente y salir de lo conocido, porque cuando salimos de nuestra zona de confort, crecemos. Conocerse  a uno mismo y estar conectados con lo que sentimos. Dejarse fluir con las nuevas situaciones.  Creer en ti. Sonreír. Ser generoso con uno mismo y con los demás y agradecer todo lo que se tiene. Soñar y ser valiente para, al menos, intentar conseguir lo que se desea. Y sobre todo, mantener una actitud positiva ante la vida. Quizá esto último sea lo más importante: pensar que somos capaces de hacer algo, de conseguir lo que pretendemos, es la clave para alcanzarlo. Sin esa actitud vital será muy difícil.

Déjate sorprender por lo nuevo. Si damos por cierta la frase atribuida a Heráclito de que “lo único constante es el cambio” deberemos aprender a disfrutarlo para poder alcanzar y mantener un excelente equilibrio emocional en nosotros y nuestro equipo que se traducirá en empresas más ágiles, innovadoras y exitosas.

 

 

Hace tiempo escuché una historia que me fascinó. No sé muy bien si es cierta, pero eso no tiene demasiada importancia porque lo importante para mí fue lo que me inspiró.

“Todos sabemos que el pescado es muy valorado en la cocina japonesa pero, lo cierto, es que en las aguas cercanas a su costa, se va agotando la pesca. Así que, al principio, los pescadores, construyeron barcos más grandes para poder ir mar adentro, hasta que terminaban con la pesca en esa zona y tenían que ir aún más lejos. Evidentemente, esto les llevaba más tiempo y, cuando regresaban, el pescado ya no era lo suficientemente fresco para los entendidos paladares japoneses.

Entonces, las compañías pesqueras instalaron congeladores en los barcos pesqueros. Sin embargo, esto tampoco resultó ser la mejor solución porque a los consumidores japoneses no les gustaba el sabor del pescado congelado. Así que las compañías pesqueras japonesas, decidieron instalar en los barcos tanques de peces para mantenerlos vivos hasta llegar a tierra. Pero en los tanques, los peces aunque vivos, se aburrían y dejaban de nadar, de manera que los consumidores japoneses también notaban la diferencia de sabor, ya que un pez que no se mueve durante cierto tiempo, tiene un sabor diferente al que nada libremente por el mar.

Por tanto, las compañías pesqueras japonesas seguían teniendo un problema, el pescado que el mercado no consideraba fresco, se vendía menos y más barato. ¿Cómo hacer para que el pescado llegara fresco al mercado?

Finalmente, dieron con la solución. En el tanque en el que tenían los pescados, metieron un tiburón pequeño y sí, el tiburón se comía a algunos peces, pero el resto llegaba muy fresco ya que tenían que nadar, moverse para no ser comidos por el tiburón”.

La historia de los pescadores japoneses me recuerda a lo que nos puede pasar a las personas en nuestra vida personal o profesional al perder la pasión cuando sentimos que alcanzamos nuestras metas, cuando pensamos que ya lo tenemos todo o lo sabemos todo o que ya es demasiado tarde o demasiado pronto o que no se puede o cualquier otra excusa…  y nos acomodamos.

Y es que, las personas y las empresas,  como los peces de la historia, prosperamos más, estamos más vivas, cuando hay desafíos y retos que superar en nuestro entorno. Si no, como los pescados en el tanque, dejamos de movernos, de esforzarnos y superarnos y nos limitamos, nos volvemos aburridos y cansados.

Así que, cuando se alcancen las metas, hay que ponerse otras mayores. Si no lo tenemos ya, pongamos un tiburón en nuestra vida, en nuestra empresa que nos rete para no dejar de nadar y descubrir hasta dónde podemos llegar.

 

 

Seguro que, como yo, tienes más de un amigo o conocido mayor de 45 años buscando empleo. Y seguro que, como los míos, estarán sobrepasando el límite de la preocupación  al ver que los días pasan, los ahorros se agotan y las perspectivas no mejoran.

Y para muchos de ellos, la situación es incomprensible: con una mejor situación personal y mayor disposición ahora que hace 25 años, con los hijos criados y con menos cargas familiares, mucho más centrados, con una experiencia valiosísima que aportar en la empresa y habilidades desarrolladas a través de la vida profesional pero también, proporcionadas por una mayor experiencia vital.

En contra, algunos aseguran que tienen menos flexibilidad y capacidad de adaptación y que son menos dinámicos y proactivos algo que, se supone, aportan los trabajadores más jóvenes, aunque por mi experiencia creo que estas cualidades van ligadas a la persona y no necesariamente a la edad  y trayectoria.

Está claro que el mercado laborar no atraviesa su mejor momento, pero seguro que hay una empresa que requiera esa experiencia que ellos están dispuestos a ofrecer.

Con su permiso, reproduzco algunas de las conclusiones a las que llegó una clienta de 47 años que había sido despedida de su empresa y que, afortunadamente ya ha encontrado trabajo, con la esperanza de que sean un aliciente para quien se encuentre en una situación parecida:

“Quizá la empresa que busco no esté en mi zona, ni siguiera en mi ciudad o país, por eso tengo que ampliar el área de búsqueda.

Quizá no sea exactamente el tipo de trabajo que he desarrollado hasta el momento, así que, no me tengo que generar expectativas si lo que realmente quiero es tener una oportunidad.

Puede que tampoco sea el modo en el que estoy acostumbrada  a trabajar: sin la seguridad de un horario, un salario fijo, un despacho, así que probablemente toque salir de la zona de confort y adaptarme a una nueva situación.

Tengo que abandonar mis creencias limitantes. Cuando creemos que “no puedo” el cerebro ya nos predispone para eso y esa creencia determinará nuestra vida.  Las creencias pueden cambiarse porque son solo eso, creencias.

Mi trabajo ahora es buscar trabajo, hay muchísimas cosas que puedo hacer y que seguro no estoy haciendo, quizá no estoy apuntando al objetivo adecuado, quizá no estoy utilizando todos mis recursos.

Y lo más importante, ¿cuál es mi actitud?  Nadie contrataría a una persona triste, con la autoestima tocada y que parece derrotada. Así que hay que levantarse todos los días, vestirse con la mejor sonrisa, reunir toda la energía y seguir haciendo cosas, moviéndose… la constancia y determinación son las mejores bazas.

Y sobre todo, sólo he perdido un trabajo. Yo soy la misma persona, con los mismos valores y la misma valía.  No puedo dejar que la confianza y seguridad en mi misma me abandonen, no puedo dejar que mi status marque lo que yo soy y tengo para ofrecer.”

Ella lo consiguió y muchos otros también. Si estás en esta situación, plantéate tan sólo tres preguntas ¿estás haciendo todo lo necesario? ¿cuál es tu actitud? ¿necesitas ayuda? Y después de la reflexión, inicia la acción.

Los mosquitos, Rosa Parks y el cambio.

 

Hace poco recibí en mi wasap un mensaje: “Si piensas que eres demasiado pequeño para lograr algo, intenta dormir en una habitación con un mosquito”.

Y eso me llevó a pensar en el enorme poder que tenemos para cambiar situaciones y que, generalmente, el miedo nos impide ser conscientes y actuar.

Al final, todos los grandes movimientos, todos los cambios, todo el progreso ha sido impulsado, ha nacido de gente corriente que en un momento dado tomó la iniciativa y decidió hacer algo. 

Entre esas personas anónimas, esos héroes que hicieron que algo nuevo y mejor sucediera, por su humildad, la sencillez de su gesto y por lo que eso supuso, me gustaría destacar a Rosa Parks. 

Rosa fue una costurera negra del sur de Estados Unidos que en 1955 protagonizó un hecho que la haría famosa  y es que Rosa, se negó a ceder su asiento a un blanco e irse a la parte de atrás del autobús como ordenaba la ley secesionista del momento.  El conductor llamó a la policía y la mujer fue detenida y obligada a pagar una multa. El incidente del autobús tuvo como primer efecto la creación de la Montgomery Improvement Association, cuya finalidad era la defensa de los derechos civiles de la minoría negra.  Martin Luther King  fue su presidente. La asociación organizó un boicot a los autobuses de Montgomery que tuvo un seguimiento masivo y fue un rotundo éxito: duró 382 días y contribuyó a que la causa de los afroamericanos de Montgomery fuese conocida en todo mundo. Como consecuencia de ello, el gobierno norteamericano se vio obligado a abolir la segregación en los transportes públicos que fue el inicio del movimiento que, finalmente, consiguió terminar con la segregación racial.  

El ejemplo de personas como Rosa Parks, una costurera anónima que pacíficamente dijo no a una situación que parecía que nunca podría alterarse y que fue la chispa que provocó un cambio crucial, debería animarnos a pensar que cada uno tenemos en nuestra mano transformar aquello que no nos gusta, que los pequeños gestos no siempre son trascendentes pero siempre son importantes.

Seguro que hay situaciones en tu vida que te ves incapaz de cambiar, no te garantizo el éxito si lo intentas pero, no hacerlo, sí es un fracaso.