Cambiar no es fácil.

Está claro que cambiar no es fácil, si lo fuera, todo el mundo conseguiría su propósito, todos alcanzaríamos nuestras metas y viviríamos felices.  Pero una cosa es que no sea fácil y otra, que no podamos hacerlo.  Ten en cuenta que el principal obstáculo que tenemos para cambiar, somos nosotros mismos. Por eso, cuanto mejor nos conozcamos y sepamos las creencias y bloqueos que nos limitan, antes estaremos preparados para superar esas barreras que nos autoimponemos.

Estamos programados para aferrarnos a la seguridad, a lo conocido, a lo que hemos hecho siempre. Nos cuesta aceptar el cambio propio e incluso el cambio en otros. Quizá sea esa sensación de seguridad extrema que los padres nos esforzamos en proporcionar a los hijos, o quizá nuestro propio instinto de supervivencia, el caso es que nos resulta complicado modificar nuestros hábitos y comportamientos, es más, quizá ni siquiera nos lo planteamos.

Y esa resistencia al cambio se produce, entre otras cosas, porque cuando proyectamos el futuro, nuestro cerebro nos devuelve al pasado. Pero no a un pasado real, sino a uno que nos creamos en nuestra mente para dar consistencia a nuestra vida. Así, ese futuro que nosotros nos planteamos en la mayoría de las ocasiones, está basado en situaciones ya vividas, en nuestras experiencias pasadas, en nuestras creencias y nuestro aprendizaje anterior. Por tanto, con esa base, es difícil poder ver alternativas o soluciones diferentes a aquellas que conocemos, y lo que hacemos es repetir patrones pasados que nos mantienen en lo conocido, por eso nos resulta tan difícil cambiar.

Por desgracia, estamos tan acostumbrados a que nuestra forma de actuar habitual, nuestro pasado, condicione nuestro futuro que nos cuesta aceptar que las cosas puedan ser diferentes a lo que conocíamos y por ello, nos causa un tremendo sufrimiento quedarnos sin el trabajo que nos había proporcionado seguridad en los últimos años, que suframos alguna lesión que nos imposibilite o que perdamos un cliente… y esa no aceptación del cambio, nos deja, en muchos casos,  desconcertados, bloqueados, y sin capacidad de respuesta.

Pero realmente, y lo veo a diario, podemos aprender a aceptar el cambio, es más, podemos disfrutar con las nuevas situaciones que la vida nos propone pero, para ello, debemos incorporar una nueva disposición en nuestra forma de actuar y de percibir la vida. Entre las cosas que podemos hacer para ser más receptivos  al cambio, yo me quedo con:

Desaprender, reinventarse todos los días, hacer las cosas cotidianas de forma diferente, estar abierto a lo nuevo. Abrir la mente y salir de lo conocido, porque cuando salimos de nuestra zona de confort, crecemos. Conocerse  a uno mismo y estar conectados con lo que sentimos. Dejarse fluir con las nuevas situaciones.  Creer en ti. Sonreír. Ser generoso con uno mismo y con los demás y agradecer todo lo que se tiene. Soñar y ser valiente para, al menos, intentar conseguir lo que se desea. Y sobre todo, mantener una actitud positiva ante la vida. Quizá esto último sea lo más importante: pensar que somos capaces de hacer algo, de conseguir lo que pretendemos, es la clave para alcanzarlo. Sin esa actitud vital será muy difícil.

Déjate sorprender por lo nuevo. Si damos por cierta la frase atribuida a Heráclito de que “lo único constante es el cambio” deberemos aprender a disfrutarlo para poder alcanzar y mantener un excelente equilibrio emocional en nosotros y nuestro equipo que se traducirá en empresas más ágiles, innovadoras y exitosas.

 

 

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